lunes, 15 de noviembre de 2010

Hablando con mi musa. *

Si cansado de buscarte
me siento a la sombra de la vieja encina
y hablo con ella;
no te enfades conmigo.

No pienses que creo que es sabia
porque escuche a las tórtolas
lo que se cuentan
cuando en sus nidos se arrullan.

Yo sé que es sabia porque es vieja.

Ni pienses que creo que es seria
porque pase las noches en vela
vigilando lo que ocurre en el monte;

y que cuando salga la luna
todas las luces se enciendan
y después que se apaguen
cuando amanezca.

Yo sé que es seria porque es una encina muy vieja.

Y si mientras camino buscándote
cojo una piedra y en vez de arrojarla,
la miro, la acurruco en mi mano
y la acerco a mi boca
porque crea que tal vez las piedras
sueñen que un día serán puentes o iglesias;
tampoco te enfades.

Yo sé que son pocas las piedras que sueñan.

Y no me reproches si no escribo de grandes proezas,
ni lea a los grandes poetas para instruirme
y que deje a mi pluma beber de esas cosas
que la encina me cuenta y que sueñan las piedras;

y de las que guardo en mi alma escondidas
y después que las cuente con palabras sencillas,
como ella quiera,
que aunque sé que a ti no te gusta,
sabes muy bien que si las historias son bellas,
las palabras sencillas se tornan hermosas.