Si yo fuera el poeta del cielo...
El que hizo de este mundo
su poema más bello
y no lo que soy;
un pobre aprendiz de poeta...
Si pudiera hablar con la roca
que todo lo ve desde el monte
y escuchar sus secretos...
Si tuvieran mis versos la magia
de ser como gotas de lluvia
y pudieran volar con el viento...
Si yo fuera ese poeta del cielo,
le diría a las nubes :
¡ Vaciad vuestros cántaros
por todas las tierras !
Para que todos los hombres puedan beberla.
Para que los campos se encharquen
y se llenen de espigas las sementeras.
Para que fluya la savia
desde las raíces más hondas
hasta las ramas más altas.
Para que corran los ríos
detrás de los peces
y todo se llene de vida.
Para que broten las flores
y la hierba verde.
Si yo fuera ese poeta del cielo
que todo lo puede,
también le diría al viento de Otoño ;
el que puso grises mis sienes :
¡ No soples tan fuerte !
Que no quiero que arranques mis hojas.
Aquellas que fueron consuelo
por no poder verte.
.
Y al fuego, también le diría
¡ Enciende los besos !
No quemes lo bueno .
Pero como solo soy un aprendiz,
seguiré soñando con la lluvia
y llenando con mis versos ilusionados
todas las hojas de mi cuaderno.
martes, 29 de mayo de 2012
domingo, 6 de mayo de 2012
Una tarde cualquiera. **
Sentados al calor del brasero
en la mesa camilla;
Ella, hilvanando sus recuerdos
con la mirada perdida,
se afanaba en silencio
en enhebrar la aguja.
El, con los ojos cerrados,
pasaba páginas y páginas
hasta encontrarla.
Su primera cita,
su primer beso,
su amigo de la calle,
el colegio
y la niña morena
a la que escribía versos,
todavía.
Como cada tarde,
el tiempo que pasó tan deprisa,
ahora,
en aquella habitación se detenía.
Te estás durmiendo;
le dijo Ella.
El la miró con ternura.
Ella hacía que cosía
y como cada tarde,
al otro lado de la ventana
se movía la vida.
en la mesa camilla;
Ella, hilvanando sus recuerdos
con la mirada perdida,
se afanaba en silencio
en enhebrar la aguja.
El, con los ojos cerrados,
pasaba páginas y páginas
hasta encontrarla.
Su primera cita,
su primer beso,
su amigo de la calle,
el colegio
y la niña morena
a la que escribía versos,
todavía.
Como cada tarde,
el tiempo que pasó tan deprisa,
ahora,
en aquella habitación se detenía.
Te estás durmiendo;
le dijo Ella.
El la miró con ternura.
Ella hacía que cosía
y como cada tarde,
al otro lado de la ventana
se movía la vida.
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