fue condenado a morir
por la única afrenta
de no hacerse entender con sus mugidos.
Pero tuvo la fuerza del instinto
para soportar el daño
que le hacían sin motivo;
y la terrible y grotesca pantomima,
de perseguir el engaño,
entre bramido y bramido.
Después de las burlas, el sufrimiento,
y la inmensa fatiga,
sonaron las trompetas insistentes
anunciando el momento supremo del castigo:
El verdugo y él frente a frente.
¡ Silencio !
Un rayo de muerte atravesó su cuerpo
y en su agonía
levantó bruscamente su testuz de acero.
Corrió la sangre, se tiñó el albero....
Y en aquella tarde de domingo
los claveles en las solapas languidecieron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario