El, lleno de ardor y desprecio pensaba en el final.
Sin juicio, sin defensa, había sido condenado a muerte.
Tal vez tuvo el presentimiento de que el final sería macabro y sangriento
porque le dio fuerzas para soportar la terrible y grotesca pantomima.
Después de las burlas, el sufrimiento, y la inmensa fatiga,
llegó el momento supremo:
El verdugo y él frente a frente. Silencio.
Un rayo de muerte atravesó su cuerpo
y en su agonía, levantó bruscamente su testuz de acero.
Corrió la sangre, se tiñó el albero
y los claveles en las solapas languidecieron.
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