Como David con su honda
abatió al gigante filisteo
quise yo en mi osadía
acabar con la injusticia
arrojándole mis versos.
Fue mi palabra la lanza
y la esperanza mi escudo.
Pero al final de mi tiempo,
en un recodo escondido
me asaltó el desaliento.
Es por eso que os propongo
salir de mi trinchera
y sembrar de versos el mundo.
Yo pongo la semillera
y si vosotros ponéis los granos
uniremos nuestras manos
para ir cavando surcos.
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